Y eran sus propias manos las que le hacían daño
las que le rodeaban el cuello y la asfixiaban
no se daba cuenta,
pero esa relación la estaba matando.
Autodestrucción...
era lo único que la mantenía contenta
sonreía siempre,
con sangre en las manos y ese color púrpura bajo sus ojos.
Pero no todo era dolor
también placer auto infringido
claro, siempre con un toque perverso
y en extremo tortuosos.
Nadie más podía tocarla
nadie más podía herirla ni amarla
era solo ella consigo misma,
eran sus manos, amantes y asesinas.